viernes, 26 de enero de 2024

Sonríe, te vigilan: la normalización de la intrusión autoritaria

 

En un mundo cada vez más interconectado, la vigilancia se ha convertido en una constante omnipresente. Desde cámaras de seguridad en las calles, por algoritmos de seguimiento en línea y más, estamos siendo todos observados de formas que ni siquiera podemos imaginar. Este es el auge de la vigilancia autoritaria, una realidad que se está normalizando en nuestras vidas cotidianas.

La intrusión autoritaria no es un fenómeno nuevo, pero su normalización sí lo es. Vivimos en una era donde la privacidad es el mayor lujo, y la vigilancia, en una norma. Pero, ¿a qué costo? ¿Estamos sacrificando nuestra libertad por seguridad? ¿O estamos permitiendo que se erosione o desaparezca la democracia en nombre del orden y la estabilidad?

Surge la pregunta: ¿Se puede mantener la democracia dentro de un sistema autocrático? Como nos enseñan desde muy pequeños, la democracia se caracteriza por el poder en manos del pueblo, ya sea directamente o a través de representantes elegidos. Por otro lado, la autocracia se caracteriza por la concentración de poder en un solo centro, ya sea un dictador individual o un grupo de titulares de poder. En teoría, estos dos sistemas parecen mutuamente excluyentes. Sin embargo, en la práctica, las líneas a veces pueden ser muy borrosas.

Existen ejemplos de sistemas que parecen democráticos en apariencia, pero que en realidad están controlados por un solo centro de poder. Estos sistemas a menudo adoptan el lenguaje de las constituciones de los regímenes no autocráticos o establecen instituciones similares en un intento de legitimarse. Pero en estos regímenes, ni las instituciones ni las disposiciones constitucionales actúan como controles efectivos sobre el poder del centro único.

Entonces, ¿es realmente posible mantener la democracia dentro de un sistema autocrático? La respuesta a esta pregunta es compleja y depende en gran medida de cómo definamos “democracia” y “autocracia”. Sin embargo, lo que está claro es que la tensión entre la democracia y la autocracia está en el corazón de muchos de los desafíos políticos y sociales que enfrentamos hoy.

Por ahora, como ciudadanos del mundo, solo podemos sonreír y aceptar que estamos siendo sigilosamente observados. La intrusiva vigilancia gubernamental, alguna vez relegada a las sombrías novelas distópicas de Orwell, es una realidad generalizada en el siglo XXI. Desde programas de espionaje increíblemente avanzados como Pegasus, hasta sofisticados sistemas de reconocimiento facial, los instrumentos para monitorizar a los ciudadanos se han infiltrado profundamente en la infraestructura de las naciones de todo el mundo.

Definitivamente, más alarmante que el alcance de estos regímenes de vigilancia es la pasividad con la que el público parece aceptarlos. La privacidad personal, alguna vez considerada sagrada, se entrega ahora a cambio de la ilusoria sensación de seguridad. Sin embargo, el trueque puede no valer la pena. Un estudio realizado por la Universidad de Stanford en el año 2021 descubrió que, en países con alta vigilancia gubernamental, la confianza pública en las instituciones políticas tiende a disminuir con el tiempo.

La férrea mirada de los grandes hermanos es quizás, el anuncio de una nueva era de libertades limitadas en donde la sensación de seguridad es definitivamente un espejismo donde nos harán sentir que estamos a salvo y finalmente nos harán creer que estamos muy cómodos.

Autocracias prominentes en el mundo actual

La autocracia se ha reinventado peligrosamente en el siglo XXI. Líderes como Putin en Rusia y Xi Jinping en China gestionan sofisticadas máquinas propagandísticas que proyectan una falsa sensación de legitimidad democrática, mientras concentran el poder de forma implacable.

Tomemos a China como ejemplo primordial. Si bien teóricamente es una república socialista con elecciones periódicas, en la práctica el Partido Comunista ejerce un control absoluto sobre el proceso político. Los disidentes son silenciados o encarcelados, y solo los leales al partido tienen posibilidades reales de ser elegidos. Así, el pueblo chino vive bajo una ilusión de democracia -son libres de votar, pero solo por aquellos preaprobados por el régimen.

O consideremos la Rusia de Putin, donde los contendientes políticos viables son descalificados, encausados penalmente o simplemente envenenados antes de poder hacer sombra al líder supremo. Las elecciones existen, pero sin una verdadera alternativa al poder, son irrelevantes. Se trata de autocracias adaptadas agudamente al siglo XXI: la fachada de la democracia sin su espíritu.

Solo podemos recordar la advertencia de Benjamín Franklin, "aquellos que renuncian a la libertad esencial por un poco de seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad".

El equilibrio entre libertad y seguridad

La tecnología ha inclinado dramáticamente la balanza entre la libertad personal y la seguridad colectiva a favor de esta última. Sistemas de vigilancia de última generación como el reconocimiento facial y la inteligencia artificial predictiva permiten a los gobiernos monitorear e interpretar los movimientos de los ciudadanos con una precisión sin precedentes.

Solo en China, hay más de 200 millones de cámaras CCTV equipadas con software de reconocimiento facial, identificando automáticamente a personas en lugares públicos. Mientras tanto, la policía predice posibles disturbios y arresta preventivamente a ciudadanos solo por su comportamiento en redes sociales, gracias a sofisticados algoritmos de inteligencia artificial. A medida que la tecnología mejore exponencialmente, mantener cualquier vestigio de privacidad se volverá casi imposible.

Quizás, urge ya un nuevo contrato social para la era digital, uno que equilibre tanto nuestras necesidades de seguridad como nuestros derechos básicos. De lo contrario, como advirtió Snowden, pronto nos encontraremos encarcelados de forma muy eficiente en "prisiones sin muros". Quizás más seguros, vigilados las 24 horas por el gran ojo cibernético, pero fundamentalmente ya no seremos libres.

Tecnologías avanzadas de espionaje

El sistema de espionaje más moderno y eficiente conocido públicamente hasta la fecha es Pegasus, un software desarrollado por la firma israelí NSO Group. Pegasus es un spyware que puede instalarse en dispositivos que ejecutan ciertas versiones de iOS, Windows y Android. Este software es capaz de leer mensajes de texto, rastrear llamadas, recopilar contraseñas, seguir la ubicación del teléfono y recopilar información de aplicaciones. Además, puede activar la cámara y el micrófono del dispositivo infectado para espiar al usuario. También actúa como tecnología “espejo”, donde se ve en tiempo real toda acción que ejecuta el usuario en cualquiera de sus aparatos tecnológicos (laptops, PCs, smartphones, tablets, etc). Pegasus es utilizado por gobiernos y agencias de seguridad alrededor del mundo, incluyendo casos documentados en Hungría, Marruecos, México, y España.

La eficiencia de Pegasus radica en su capacidad para explotar vulnerabilidades desconocidas o de día cero, que no requieren interacción del usuario para la instalación del spyware, lo que lo hace extremadamente difícil de detectar y prevenir. En comparación con los servicios de inteligencia tradicionales como la CIA, el Mossad, el MI5 o el FSB, Pegasus representa una forma de espionaje cibernético que se beneficia de la tecnología avanzada y la conectividad global para realizar operaciones de vigilancia. La inteligencia artificial y el aprendizaje automático también están desempeñando un papel cada vez más importante en la ciberseguridad, lo que podría influir en el mejoramiento de herramientas como Pegasus o el desarrollo de futuras herramientas de espionaje incluso más avanzadas.

Conclusión

 

 

 

 

 

 

 

 

La relación entre democracia y autocracia ha llegado a una encrucijada decisiva en las primeras décadas del siglo XXI. Los avances tecnológicos han dotado a los regímenes autoritarios de herramientas sin precedentes para controlar y manipular a sus ciudadanos, al tiempo que mantienen una convincente fachada de democracia funcional.

Es tentador concluir que sí, la democracia puede de hecho coexistir y hasta fortalecer los sistemas autocráticos modernos. Al fin y al cabo, muchos ciudadanos bajo estos regímenes gozan de amplia prosperidad material, elecciones regulares y una sensación de estabilidad nacional.  Pero, ¿vale la pena sacrificar algunos principios abstractos de libertad a cambio de beneficios socioeconómicos concretos?

La historia muestra que el camino que va desde urnas manipuladas hasta campos de concentración o internamiento para disidentes es a menudo muy corto. Por cada Singapur próspero, pero autoritario, hay 10 Corea del Norte sumidas en torturas, represión y miseria totalitaria.

Quizás estos modernos Leviatanes logren mantener indefinidamente la ilusión de democracia funcional. Pero incluso en el mejor de los casos, se habrá corroído el espíritu esencial de la libertad humana. Y en el peor de los casos, estos regímenes híbridos pueden degenerar rápidamente en pesadillas orwellianas de control omnipresente al servicio de élites inamovibles.

Son tiempos inquietantes para quienes anhelan ver florecer la dignidad humana. Pero la historia también muestra que donde la sed de libertad se mantiene viva, no hay tiranía que pueda apagarla para siempre. Mantengamos, pues, la antorcha de la libertad encendida, confiando en que la perseverancia y las mentes y corazones humanos finalmente optarán por el riesgo creativo de la democracia antes que por el falso refugio de la aquiescencia apática. Mientras tanto, solo queda sonreír y recordad que estás desnudo y expuesto, así como tus pensamientos, intenciones y libertades que están siendo monitoreadas con algoritmos precisos que, además, te van moldeando la mente para que finalmente creas que tu jaula es cómoda y que, en ese pequeño espacio de servidumbre, eres libre.

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viernes, 19 de enero de 2024

La esclavitud moderna: el precio oculto del colectivismo

 

 


En la telaraña del colectivismo, la historia de Venezuela se erige como un sombrío recordatorio de las consecuencias devastadoras de las ideologías que sacrifican las libertades individuales en aras del supuesto "bien común". Con un salario mínimo estancado en aproximadamente 4 dólares mensuales desde marzo de 2022, equivalente a una desgarradora cifra de 13 centavos por hora, los venezolanos se encuentran atrapados en una neo-esclavitud perpetuada por el régimen chavista-madurista.

Esta trágica realidad se amplifica al constatar que una familia venezolana necesita 155 salarios mínimos solo para acceder a la canasta básica de alimentos, un desafío prácticamente insuperable que arroja a la población a un abismo de hambre y desesperación. La situación en Cuba, con salarios igualmente precarios, resalta la persistencia de un modelo económico fallido, con un mínimo de 8 dólares al mes para sus trabajadores, muy por debajo del umbral internacional de pobreza extrema de 1.90 dólares al día.

El fracaso del colectivismo y su impacto en las condiciones de vida no es exclusivo de Venezuela y Cuba; se extiende a lugares como Corea del Norte y Eritrea, donde la esclavitud moderna ha arraigado profundamente en la estructura social. En Corea del Norte, con una tasa de 105 personas bajo esclavitud moderna por cada 1,000 ciudadanos, y en Eritrea, con una tasa de 90 personas por cada 1,000 ciudadanos, los regímenes totalitarios han convertido a sus ciudadanos en víctimas de diversas formas de opresión.

En estas naciones, la esclavitud moderna adopta múltiples caras, desde el trabajo forzado hasta el matrimonio servil y la explotación sexual. Estos regímenes, al igual que los colectivismos que desencadenan crisis económicas, comparten la negligencia hacia los derechos humanos básicos, propiciando así un terreno fértil para la perpetuación de la opresión. Es importante destacar que la neo esclavitud se manifiesta de manera característica en países socialistas y Estados fallidos, donde la carencia de legitimidad de origen y desempeño imperan. En estas naciones, como en Venezuela, la población, agobiada por su condición de neo esclavos, busca desesperadamente opciones, incluso huyendo a pie hacia otros países en busca de libertad. Muchos de los que optan por quedarse, quedan atrapados en sueldos miserables, recurren a la mendicidad, la corrupción o el robo para subsistir, demostrando que la opresión económica y la búsqueda de alternativas desesperadas son el resultado directo de políticas colectivistas desacertadas. Incluso profesionales con títulos, como maestros, médicos o enfermeros, se ven obligados a rebuscarse en trabajos adicionales, mostrando así la cruda realidad de la neo esclavitud.

Reconocer la importancia de la libertad individual y la dignidad de cada vida humana es la única vía de escape de este ciclo interminable de miseria inducida por los Estados que se creen o proyectan como paladines de la lucha por la “justicia social”

La esclavitud moderna es una amenaza global que persiste allí donde las ideologías colectivistas han desplazado la valoración de la individualidad y los derechos fundamentales.

Cuba y Venezuela: dos ejemplos de esclavitud moderna bajo regímenes socialistas

 Cuba y Venezuela, dos naciones marcadas por revoluciones, dictaduras y un afán socialista, comparten un oscuro presente de esclavitud moderna. Bajo regímenes que se autodenominan paladines de la lucha por la "justicia social", ambos países han adoptado el colectivismo, un sistema que, lejos de brindar prosperidad, ha sumido a millones en condiciones de explotación y abuso.

El Índice Global de Esclavitud 2020 revela la cruda realidad: Cuba, con una tasa de prevalencia de 18,8 por cada 1.000 habitantes, y Venezuela, con 17,9, ocupan los puestos 18 y 19 respectivamente entre los países con mayor esclavitud moderna. El trabajo forzoso y la trata de personas son las formas más comunes de esta opresión.

En Cuba, profesionales de la salud son enviados a misiones internacionales en condiciones de explotación, generando al gobierno ingresos millonarios a expensas del sufrimiento de estos trabajadores. En Venezuela, la crisis humanitaria ha propiciado el éxodo de más de 7 millones de personas, dejando a muchos vulnerables a ser víctimas de la trata, ya sea sexual o laboral, en países vecinos.

Estas realidades dolorosas no son aisladas, sino el resultado de un colectivismo que viola los derechos fundamentales.

Es urgente reconocer que el colectivismo no solo es un fracaso económico, sino también un atentado contra la libertad y dignidad de las personas.

Cuba y Venezuela: Esclavitud Moderna en Cifras

 

País

Población estimada

Esclavitud Moderna

Tasa de Prevalencia por 1.000 habitantes

Cuba

11.3 millones

213,000

18.8 (la más alta en Latinoamérica y el Caribe)

Venezuela

28.5 millones (excluyendo casi 8 millones quienes han huido para no terminara siendo neo esclavos)

511,000

17.9 (segunda más alta en la región)

 

Formas Comunes de Esclavitud Moderna

·         Trabajo Forzoso:

Cuba: Aplicado principalmente a profesionales de la salud enviados a misiones internacionales. Genera ingresos de $6.3 mil millones anuales al gobierno cubano. Condiciones incluyen vigilancia constante, restricciones de movimiento y propaganda política obligatoria.

·         Trata de Personas:

Venezuela: Agravada por la crisis humanitaria y el éxodo de más de 5 millones de personas. Redes de trata explotan a víctimas sexual o laboralmente en países vecinos. Entre 2017 y 2019, se registraron 1,202 casos, siendo el 70% mujeres y el 30% niños, niñas y adolescentes (según la ONG Fundaredes).

 

Las causas y consecuencias de la esclavitud moderna en estos países

 El colectivismo ha generado una serie de factores que propician la esclavitud moderna en estos países, tales como:

La represión política: el colectivismo impone un régimen autoritario, que reprime cualquier forma de disidencia o protesta, y que limita la libertad de expresión, de asociación y de participación. El Estado controla los medios de comunicación, el poder judicial, el sistema electoral y las fuerzas de seguridad, y utiliza la violencia, la intimidación y la persecución para silenciar a sus opositores.

La violación de los derechos humanos: el colectivismo desconoce el valor y la dignidad de la persona humana, y la reduce a un mero instrumento al servicio del Estado.

La falta de libertades: el colectivismo restringe la libertad de las personas, tanto en el ámbito político como en el económico. El Estado impone un modelo económico centralizado, que controla la producción, la distribución y el consumo de los bienes y servicios.

La corrupción: el colectivismo crea un sistema político y económico corrupto, que beneficia a una élite en el poder, que se enriquece a costa del sufrimiento de la mayoría. El Estado se apropia de los recursos naturales, de las empresas públicas, de la ayuda internacional y de los impuestos, y los desvía para fines personales o partidistas.

Consecuencias de la esclavitud moderna

Descripción

La pérdida de la identidad

y la autoestima

Las personas que sufren de esclavitud moderna se sienten humilladas, deshumanizadas y desesperanzadas. Pierden su sentido de pertenencia, su valor y su confianza en sí mismas.

La afectación de la salud física y mental

Las personas que sufren de esclavitud moderna padecen de múltiples problemas de salud mental y física, derivados de las condiciones deplorables en las que viven y trabajan.

La violación de los derechos humanos y la justicia

Las personas que sufren de esclavitud moderna ven violados sus derechos humanos y su acceso a la justicia. Estas personas son privadas de su dignidad y de sus derechos básicos.

 

Otros casos de esclavitud moderna en países colectivistas

Corea del Norte es la capital mundial de la esclavitud moderna, con aproximadamente 2.6 millones de trabajadores forzados, lo que representa la prevalencia más alta de esclavitud en cualquier nación. Se estima que uno de cada diez ciudadanos vive en esclavitud moderna. Los derechos humanos son violados sistemáticamente, y estas violaciones son un componente esencial del sistema político.

En Eritrea, la elección para los jóvenes es realizar el servicio nacional obligatorio o intentar huir. El servicio nacional es duro, paga una miseria y se prolonga indefinidamente. La Comisión de Derechos Humanos de la ONU ha declarado que esto es una forma de esclavitud. Todos los proyectos gubernamentales, incluyendo la construcción de carreteras con dinero de la Unión Europea, dependen de estos “esclavos” para realizar el trabajo.

Bangladesh se encuentra entre los países con la mayor prevalencia de esclavitud moderna en Asia y el Pacífico. Se estima que 1.2 millones de personas vivían en esclavitud moderna en Bangladesh en 2021. La explotación laboral forzada se informa en el procesamiento de pescado, el desguace de barcos, y la producción de aluminio, ladrillos, té, y prendas de vestir. Las condiciones empeoraron durante la pandemia con un aumento del trabajo forzado.

Conclusión

La esclavitud moderna, un flagelo que afecta a millones en todo el mundo, puede ser combatida eficazmente a través del individualismo y la lucha contra el colectivismo. El individualismo, que valora la libertad, la responsabilidad, la propiedad y la autonomía, ofrece una alternativa al colectivismo que puede ayudar a erradicar la esclavitud moderna.

Los individuos con iniciativas privadas pueden desempeñar un papel crucial en este esfuerzo. Pueden denunciar casos de esclavitud moderna, educar a otros sobre sus peligros, cooperar con las autoridades para rescatar a las víctimas y mostrar solidaridad con aquellos que han sufrido.

Las organizaciones internacionales, las ONG, los medios de comunicación, los activistas y los ciudadanos también tienen un papel vital en la prevención y erradicación de la esclavitud moderna.

La batalla contra la esclavitud moderna es, en esencia, una batalla de ideas. Requiere rechazar de plano la insidiosa narrativa colectivista que atropella sin escrúpulos la dignidad humana. Obliga a reivindicar los derechos y libertades inherentes a cada persona como fin en sí misma, no como peones desechables de un delirio ideológico.

Twitter X: @dduzoglou