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viernes, 27 de junio de 2025

América necesita su propio WeChat: el futuro digital en una multiapp

 


"En la era digital, quien no construya puentes terminará levantando murallas con barrotes."

Un presidente polémico, pero enfocado en la buena gerencia, como lo es Donald J. Trump, continúa tomando decisiones acertadas para su país, tanto en el plano económico como en el geoestratégico. Si retrocedemos al año 2024, recordaremos que el eslogan del ahora presidente electo siguió siendo “Make America Great Again” (Hacer grande a América otra vez), una frase cargada de poder simbólico, pero también de enormes desafíos para una administración que hereda un país fracturado por las erráticas decisiones de Joe Biden y Kamala Harris.

En este escenario complejo que debe enfrentar Trump, ahora acompañado por su vicepresidente estrella, J.D. Vance, surge una oportunidad estratégica que aún no ha sido plenamente explorada: concebir a América no solo como una nación, sino como un continente unido y libre del “wokismo”, desde el Polo Norte hasta el Polo Sur. Esta no es una mera distinción semántica, sino una diferencia profundamente geopolítica. Cada vez más ciudadanos a lo largo del continente han comenzado a distanciarse con claridad de modelos ideológicos fracasados, como los que promueven el Grupo de Puebla y el Foro de São Paulo. Este giro colectivo abre el camino para una nueva arquitectura de integración hemisférica, basada en valores comunes de libertad, desarrollo y soberanía tecnológica.

En ese panorama de integración americana, una superapp —también llamada multiapp— podría convertirse en catalizadora clave de la economía regional, al tiempo que funcionaría como herramienta de unidad, prosperidad y actualización democrática para el siglo en curso. Pero, antes que todo, es fundamental precisar el concepto. Una superapp es un ecosistema digital que integra múltiples funcionalidades en un solo entorno: desde mensajería y pagos hasta trámites públicos, citas médicas, acceso a eventos culturales, condiciones del clima o el tráfico en tiempo real. En lugar de utilizar una decena de aplicaciones fragmentadas, el usuario accede a una plataforma única que no solo optimiza su tiempo, sino que también amplía el acceso, reduce fricciones y mejora la experiencia ciudadana.

Esta no es una idea teórica. China ya ha mostrado su eficacia con WeChat, una superapp utilizada por más de 1.300 millones de personas para prácticamente todo lo que implica la vida cotidiana: chatear, pagar impuestos, reservar pasajes, hacer videollamadas o pedir comida. El impacto de WeChat ha sido tan profundo que ha redefinido el concepto mismo de conexión digital y ciudadanía interactiva.

Sin embargo, WeChat también representa un modelo en el que la eficiencia convive con la vigilancia sistemática. En un mundo donde ya resulta casi imposible escapar al rastreo constante —a través de teléfonos, laptops, relojes inteligentes o asistentes virtuales—, esta superapp funciona bajo el signo del control estatal. El desafío para América es radicalmente distinto: construir una superapp al servicio de la libertad, no del poder. Una herramienta que empodere al ciudadano en lugar de vigilarlo. Una plataforma que unifique sin uniformar, que conecte sin controlar, y que promueva una nueva era digital con raíces democráticas y mirada continental.

Fragmentación digital: un lastre para el progreso

América Latina es un archipiélago digital. En una misma ciudad, una persona necesita varias apps para manejar su vida cotidiana: una para el banco, otra para el transporte, otra para delivery, otra para trámites del gobierno (si es que existen), otra para videollamadas. Esta dispersión crea fricción, encarece procesos, genera abandono de plataformas y, lo más grave, deja atrás a los más vulnerables.

En Estados Unidos la situación no es mejor. Aunque domina la infraestructura tecnológica, sus plataformas están aisladas: Apple, Google, Meta o Amazon construyen muros, no puentes. La competencia por capturar al usuario impide la integración. No hay una experiencia digital unificada ni pensada para los desafíos continentales.

Una superapp bien diseñada podría reducir estos costos invisibles, integrar funciones esenciales, y brindar una experiencia intuitiva que conecte necesidades reales con soluciones eficientes.

Una herramienta para incluir y empoderar

Casi la mitad de la población adulta de América Latina sigue fuera del sistema bancario. Sin cuenta, sin crédito, sin historial financiero, millones de personas quedan atrapadas en la informalidad. Aquí es donde una superapp podría marcar la diferencia: billeteras digitales, pagos móviles, transferencias P2P, microcréditos. Todo desde un solo lugar, sin depender de infraestructura bancaria tradicional.

Ejemplos como el sistema brasileño PIX, que ha bancarizado millones en tiempo récord, muestran que la inclusión es posible con voluntad política y tecnología adecuada. Lo mismo aplica al acceso a servicios del Estado: trámites, solicitudes, atención médica remota, registro de emprendimientos, denuncias ciudadanas, todo desde el teléfono.

Una superapp también podría funcionar con baja conectividad, integrar funciones offline, trabajar con SMS o USSD, y ofrecer versiones multilingües, especialmente en comunidades indígenas o zonas rurales. No hay transformación digital sin inclusión radical.

Venezuela como nodo digital del continente

Una Venezuela en libertad —reconstruida desde sus talentos exiliados, desde su resiliencia interior— podría convertirse en un nodo clave de esta arquitectura digital americana. No solo por su posición geográfica o por su potencial energético, sino por su capital humano: programadores, comunicadores, educadores, emprendedores que hoy están dispersos por el mundo, esperando una oportunidad para regresar con dignidad.

Una superapp continental permitiría a Venezuela volver a integrarse, no desde la dependencia, sino desde el aporte. Desde Caracas hasta San Cristóbal, desde Guayana hasta Maracaibo, el país podría digitalizar servicios, formalizar su economía, y facilitar el reencuentro con su diáspora.

Trump y la oportunidad de un legado hemisférico

Trump, empresario al fin, podría entender la lógica detrás de una superapp si la observa no como una herramienta de control, sino de eficiencia y poder blando. Si lograra proyectar su liderazgo más allá de las fronteras estadounidenses y asumiera que América —como continente— necesita una arquitectura común para prosperar, esta podría ser una pieza clave de su legado.

Una superapp continental bien diseñada —desarrollada en colaboración entre países afines, con principios de interoperabilidad, descentralización y respeto a la privacidad— sería un símbolo de integración voluntaria, de soberanía digital compartida, y de poder político con rostro humano.

Frente al avance de China y su modelo autoritario, y frente a la fragmentación que debilita a las democracias de la región, esta sería una respuesta audaz y necesaria.

Riesgos, sí. Pero gobernables.

Claro que hay riesgos. El primero es la centralización excesiva. Una superapp mal diseñada podría convertirse en un monopolio digital con capacidad para manipular información, decisiones y preferencias. El segundo, la vigilancia encubierta, si los datos personales no están protegidos ni son gestionados con transparencia. El tercero, la dependencia tecnológica: si se desarrolla con software cerrado o servidores externos, la soberanía digital queda comprometida.

Pero estos riesgos no son excusa para la parálisis. Son advertencias para diseñar bien desde el inicio. Una superapp ética debe ser modular, auditable, con datos controlados por el usuario y respaldada por un marco legal claro, democrático y actualizado. No se trata de rechazar el fuego por miedo a quemarse, sino de aprender a usarlo sin destruirse.

Alianzas para construir lo posible

La construcción de una superapp continental no debe recaer en un solo país ni en una sola empresa. Se necesita una alianza pública-privada-académica-regional. Gobiernos que garanticen marcos legales y acceso a datos; empresas que aporten tecnología e innovación; universidades que formen talento y evalúen impacto; ciudadanos que vigilen, participen y evalúen.

Ya existen actores que podrían ser parte: desde Mercado Libre, Nubank o Rappi, hasta universidades como la Simón Bolívar, el ITAM o la Universidad de São Paulo. También organismos multilaterales como el BID, CAF o la OEA podrían actuar como articuladores y garantes.

Pero más allá de los nombres, lo importante es el espíritu. Esta superapp no debe nacer para perpetuar élites, sino para servir a las mayorías. No debe imponer, sino invitar. No debe vigilar, sino facilitar.

América digital, América libre

Una superapp no resolverá todos los problemas del continente. Pero sí puede resolver muchos de los más urgentes: la informalidad, la falta de bancarización, la desconexión rural, la ineficiencia estatal, la exclusión digital, la fragmentación regional.

En lugar de seguir importando modelos ajenos —con sus lógicas de vigilancia, adicción y extractivismo de datos— América tiene una oportunidad única: crear un modelo propio, libre, interoperable, ético, inclusivo. Una herramienta para fortalecer la democracia, para acelerar la integración, para reconstruir la confianza entre ciudadanos y Estado.

El instante para pensar macro siempre es ahora. No solo para que Trump conciba “América” mucho más grande de lo que la ve ahora, sino para que todos entendamos que nuestro futuro se juega en la forma en que usamos —o dejamos usar— la tecnología. No hay destino común sin arquitectura compartida.

martes, 24 de junio de 2025

Cómo rescatar a Venezuela con estrategias de libre mercado

 

Venezuela, un país petrolero inmensamente rico, lleva más de dos décadas atrapado en la peor crisis económica y humanitaria del hemisferio occidental. No es casualidad. El llamado Socialismo del Siglo XXI solo ha dejado lágrimas, sangre y miseria.

De ser conocida como la “Suiza de Sudamérica”, gracias a una democracia vibrante y al auge del petróleo, la llamada “Tierra de Gracia” ha visto su PIB desplomarse en más de un 70 %, mientras la hiperinflación convirtió su moneda en papel sin valor. La catástrofe ha obligado a cerca de 10 millones de venezolanos a emigrar, en la mayor diáspora en la historia moderna de América Latina. Los que se fueron eran, en su mayoría, jóvenes, profesionales y emprendedores: un capital humano que hoy hace prosperar a otros países.

Sin embargo, en este 2025, Venezuela se asoma a un momento de cambio. El PNUD estima que la economía cerró 2024 con un modesto crecimiento del 3,5 % —insuficiente, pero un pequeño giro tras años de colapso. Todo el país espera la juramentación del presidente Edmundo González Urrutia y la conformación de un equipo de gobierno que incluya figuras meritocráticas y comprometidas, como María Corina Machado en política exterior, acompañados quizás por Magaly Meda o Pedro Urruchurtu en la vicepresidencia.

La gran pregunta no es si Venezuela puede recuperarse, sino cuándo y cómo. Y la respuesta está en el ejemplo de otras naciones: el camino es la libertad económica, la protección de la propiedad privada y la creación de un entorno favorable para la inversión y la competencia. No será fácil, pero es posible.

Cómo el socialismo destruyó la prosperidad venezolana

La transformación de Venezuela —de potencia petrolera a Estado fallido— fue el resultado de décadas de políticas socialistas: nacionalización masiva de empresas privadas, control de precios, aniquilación del sistema financiero, corrupción galopante y destrucción institucional.

El control de precios desincentivó la producción, generando escasez crónica de alimentos y medicinas. Las expropiaciones ahuyentaron la inversión y liquidaron el conocimiento empresarial acumulado. La industria petrolera, antes orgullo nacional, fue arrasada por la mala gestión.

La corrupción, sin frenos democráticos, desvió miles de millones de dólares. La emisión descontrolada de dinero sin respaldo productivo provocó una hiperinflación que pulverizó los ahorros de la población. La economía venezolana pasó a depender de las remesas de su diáspora y de la dolarización informal que se extendió por necesidad, no por diseño.

Lecciones de éxito en América Latina

Frente al colapso venezolano, otros países de la región muestran que sí se puede salir de crisis profundas mediante reformas de mercado.

Chile, en los años 70, enfrentaba hiperinflación y desempleo. Las reformas económicas —privatización, apertura comercial, sistema de pensiones basado en capitalización, protección de la propiedad— transformaron su economía en la más competitiva de Sudamérica. Chile creció más del 4 % anual durante tres décadas y logró reducir drásticamente la pobreza.

Colombia, a pesar de sus conflictos internos, mantuvo estabilidad macroeconómica, atrajo inversión extranjera y modernizó su economía con políticas fiscales responsables. Hoy es un destino clave para la inversión en la región.

Perú, tras la crisis hiperinflacionaria de los años 90, abrió su economía, estabilizó las finanzas públicas y atrajo capitales, sobre todo en minería y servicios. El resultado: dos décadas de crecimiento acelerado y reducción de la pobreza.

Estos ejemplos demuestran que el éxito económico en América Latina es posible cuando se apuesta por el libre mercado.

Estrategias de libre mercado para Venezuela

La recuperación venezolana exige una estrategia integral y sostenida:

Estabilización macroeconómica: Es urgente instaurar un Banco Central independiente, eliminar el financiamiento monetario del déficit fiscal y establecer metas claras para controlar la inflación.

Liberalización de precios y tipo de cambio: Eliminar los controles que distorsionan la economía. Aunque los ajustes serán duros a corto plazo, restaurarán los incentivos a la producción y estabilizarán los mercados.

Privatización: Reintegrar al sector privado en servicios básicos, energía, telecomunicaciones e industrias estratégicas, bajo marcos regulatorios que garanticen eficiencia y competitividad.

Reforma institucional: Simplificar los trámites para crear empresas, proteger derechos de propiedad, instaurar tribunales comerciales confiables y eliminar la maraña burocrática que hoy espanta a los inversores.

Apertura comercial: Venezuela debe integrarse a los mercados internacionales. Más allá del petróleo, tiene potencial en minería, agricultura y turismo. La firma de acuerdos internacionales y la eliminación de barreras arancelarias permitirán a las empresas locales crecer y acceder a tecnología de punta.

Un futuro posible y urgente

Los recursos naturales y humanos de Venezuela están intactos: las mayores reservas petroleras del mundo, minerales estratégicos, tierras fértiles y un pueblo emprendedor que ha demostrado su resiliencia en las peores circunstancias. Lo que falta es un marco institucional que permita traducir ese potencial en bienestar real.

El camino del libre mercado no es solo una opción: es la vía necesaria para rescatar a Venezuela del colapso. Si existe voluntad política, las lecciones de Chile, Colombia y Perú muestran que la transformación es posible en un plazo relativamente corto, incluso en cinco años.

Además, la recuperación de Venezuela tendrá un efecto multiplicador en la región: una Venezuela próspera impulsará la estabilidad y el crecimiento en América Latina, abrirá oportunidades de inversión para empresas internacionales y demostrará al mundo que es posible revertir el desastre del socialismo con valentía y visión.

Cada día que pase bajo el viejo modelo de miedo, muerte, miseria y continua destrucción, es un día perdido. Venezuela puede y debe resurgir. Y su futuro —si elige la libertad económica— puede ser más brillante de lo que hoy nos atrevemos a imaginar.

PD: Si quieren saber la verdad a fondo, compren el libro de la Embajadora Virginia Margarita Contreras de García Machado. Chávez de frente y de perfil 

Dayana Cristina Duzoglou Ledo

X: @dduzoglou

E-mail y PayPal: dduzoglou@gmail.com


sábado, 7 de junio de 2025

Lo Bueno, Lo Malo, Lo Feo y Lo Horroroso de Donald J. Trump

 

El mundo hoy, más que nunca, es un hervidero de conflictos a punto de estallar. Pareciera que viviéramos en un reality show, ya que la adicción al espectáculo político parece no tener límites: ni éticos, ni morales, ni legales.

Por supuesto que, en este mismo contexto, vemos —como espectadores comiendo cotufas lentamente (palomitas, canguil, crispetas, pochoclos, cabritas, chanchitas, pop, pororó, pipocas, rositas de maíz, cocaleca, millo, poporopo, tostones) la absurda pelea entre dos titanes. No me refiero a la rivalidad Musk-Zuckerberg, tampoco me refiero a la rivalidad Gates-Bezos. Estoy señalando directamente la pelea más antidiplomática del mundo: la gran hecatombe por estallar, en donde ya no se contienen los dos egos más grandes del continente americano: el ego de Trump y el de Elon Musk.

Quien me lea con frecuencia, semana tras semana, sabrá que soy “MAGA LOVER”: amo a Trump, a sus hijos, y apuesto por Barron para una futura presidencia, igualmente amo a Musk a LilX y Kai y conecto con muchas de las ideas y desarrollos cuasi milagrosos de Elon Reeves Musk, quien ha demostrado con consistencia ser un hombre no solo exitoso, sino mucho más que un estadista.

Por lo tanto, en la indecisión de no entender a quién apoyar a Presidente para el próximo período —si Elon, como lo prometió, constituye su nuevo partido— quiero ser completamente pragmática y, fiel a mi visión liberal, conservadora y republicana de "Ley o Orden" y entonces exponer aquí lo que creo que es bueno, malo, feo y horroroso de Donald J. Trump, el Presidente que se proyecta con ser el más grandioso del siglo XXI, dependiendo de las decisiones acertadas (o no) que tome en este período que ya empezó a acelerarse hacia una guerra fría que quizás sea, más bien, tibia o caliente… y para quienes quieren que tanto Trump como Kamala puedan tener un cierre de oro, después del desprecio que Kamala le propiciara a Obama —y también a Trump—  les explico mi vision muy personal.

Si hasta aquí no me han entendido nada, les recomiendo que sigan leyendo. Y si eres de izquierda y apoyas a los demócratas, te recomiendo que ni me leas.

Lo Bueno

Trump es un estadista capaz de lograr grandes aciertos. Aquí destaco algunos de ellos:

Crecimiento del PIB durante su mandato

Durante la administración de Donald Trump, la economía estadounidense experimentó un crecimiento significativo, particularmente entre 2017 y 2019. En su primer año, el PIB creció un 2,4 %, seguido de un 2,9 % en 2018 y un 2,3 % en 2019, según datos de la Oficina de Análisis Económico de EE. UU. Este crecimiento estuvo impulsado por recortes fiscales, desregulación del mercado y un incremento en la inversión empresarial. El mercado bursátil también registró ganancias considerables, con el Dow Jones Industrial Average alcanzando nuevos máximos históricos. Aunque la pandemia de COVID-19 provocó una contracción en 2020, la recuperación posterior mostró la resiliencia de la economía estadounidense.

Reducción del desempleo y fortalecimiento del sector manufacturero

Uno de los mayores logros económicos de la era Trump fue la reducción del desempleo. Para febrero de 2020, la tasa de desempleo había caído al 3,5 %, el nivel más bajo en 50 años, según la Oficina de Estadísticas Laborales. Las políticas de reducción de impuestos corporativos incentivaron la contratación, y la reforma regulatoria ayudó a revitalizar sectores clave, como el manufacturero. Bajo su mandato, el sector manufacturero ganó más de 500.000 nuevos empleos, fortaleciendo la producción nacional y reduciendo la dependencia de importaciones extranjeras.

Reformas fiscales y su impacto en la economía

La Ley de Recortes de Impuestos y Empleos de 2017 fue una de las iniciativas más significativas de la administración Trump. Esta ley redujo la tasa impositiva corporativa del 35 % al 21 %, incentivando la inversión y el crecimiento empresarial. Para las familias, los cambios en las escalas impositivas y deducciones estándar generaron ahorros fiscales significativos. Además, la repatriación de capitales permitió que empresas estadounidenses retornarán miles de millones de dólares a la economía nacional, fortaleciendo la liquidez y el dinamismo del mercado.

Acuerdos internacionales que favorecieron la industria estadounidense

Trump renegoció varios tratados comerciales en un intento por mejorar las condiciones para la industria estadounidense. El Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) reemplazó al NAFTA y estableció nuevas reglas sobre manufactura automotriz, derechos laborales y propiedad intelectual. Además, su administración promovió acuerdos bilaterales estratégicos con países clave en Asia y Europa. Aunque la guerra comercial con China generó tensiones, también estimuló la producción doméstica al reducir la dependencia de ciertos sectores en insumos extranjeros.

El Acuerdo de Abraham: un legado diplomático

Uno de los logros más significativos de la administración Trump en política exterior fue la firma de los Acuerdos de Abraham, un tratado histórico que normalizó relaciones entre Israel y varios países árabes, incluyendo Emiratos Árabes Unidos y Bahréin. Este acuerdo fue impulsado por Jared Kushner, su yerno y asesor principal, quien desempeñó un papel clave en la mediación entre las partes involucradas.

El impacto de los Acuerdos de Abraham fue profundo: por primera vez en décadas, países árabes establecieron relaciones diplomáticas con Israel sin la condición previa de resolver el conflicto palestino. Este movimiento estratégico no solo fortaleció la estabilidad en Medio Oriente, sino que también abrió nuevas oportunidades económicas y comerciales entre las naciones firmantes.

Además, el tratado permitió que Sudán y Marruecos se sumaran posteriormente a la iniciativa, consolidando una nueva era de cooperación regional. La administración Trump celebró este logro como un hito en la diplomacia internacional, demostrando que la paz en Medio Oriente podía alcanzarse a través de acuerdos bilaterales y no solo mediante negociaciones multilaterales tradicionales.

Este acuerdo no solo redefinió la geopolítica de la región, sino que también posicionó a Kushner como un negociador clave en la historia diplomática de Estados Unidos (y tambien, por que no, quizas un proximo Presidente de Estados Unidos o un Premio Nobel, aun con lo desprestigiado que quedo despues de honrar a Obama). Su enfoque disruptivo y su capacidad para generar confianza entre las partes fueron fundamentales para la concreción de este tratado, que sigue siendo un referente en la política exterior estadounidense.

Lo Malo: Un laberinto de decisiones

Si bien su administración impulsó el crecimiento económico, la estrategia de Trump a veces parecía un rompecabezas donde cada pieza encajaba solo a medias (pero que siempre terminan encajando perfectamente). La guerra comercial con China, por ejemplo, fue una jugada audaz que buscaba proteger la industria estadounidense, pero terminó afectando a sectores clave con aranceles que encarecieron productos esenciales. La política migratoria, aunque diseñada para fortalecer la seguridad nacional, generó tensiones diplomáticas y desafíos humanitarios. En el ámbito interno, su estilo de liderazgo, basado en decisiones rápidas y cambios abruptos, dejó a muchos aliados políticos en constante incertidumbre. Tengo Fe en que el va a enmendar cada paso, dado a que es mas que un Presidente, un Gerente.

El perfeccionismo y la competencia: un doble filo

Trump, en su búsqueda de eficiencia y resultados inmediatos, ha demostrado ser implacable con quienes no cumplen sus expectativas ("¡Estás despedido!"). Su enfoque hipercompetitivo lo llevó a despedir incluso a figuras influyentes como Elon Musk, quien, a pesar de su genialidad, no encajó en la estructura gubernamental por querer mandar de mas. Musk, con su visión futurista y su enfoque disruptivo, choca con la burocracia tradicional, lo que llevó despedir a muchísima gente, ya que en reestructurar reside la clave de todo, remover el pantano, dirian los conspiranóicos. Aunque su perfeccionismo ha sido la clave de su éxito empresarial y personal, en el ámbito político ha generado fricciones y rupturas con aliados estratégicos por no ser diplomatico de carrera.

Elon Musk: más grande que un cargo fugaz

Más allá de su breve paso por el gobierno de Trump, Elon Musk ha redefinido el concepto de innovación en el siglo XXI. Tesla revolucionó la industria automotriz con vehículos eléctricos de alto rendimiento; SpaceX ha transformado la exploración espacial con cohetes reutilizables y confortables; Neuralink busca conectar el cerebro humano con la inteligencia artificial, y con este emprendimiento Musk se acerca a hacer los milagros de Jesus una realidad que se logra por tecnologia y Starlink está llevando internet a zonas remotas del mundo y proximamente, quizas gratis para Venezuela, pais que todavia sigue luchando por salir del yugo de la mediocridad y el atraso. Su capacidad para anticipar el futuro y ejecutar proyectos que parecen imposibles ha convertido a Elon R. Musk en una de las figuras más influyentes de la era moderna. Aunque su origen sudafricano pudo haber sido un obstáculo para el nominarse a Presidente, su impacto global trasciende ya fronteras y gobiernos.

Lo Feo: El estilo Trump vs. la visión Musk

Trump es un líder que no deja indiferente a nadie. Su estilo de comunicación directa y sin filtros ha sido su mayor fortaleza y, a la vez, su mayor desafío. Mientras sus seguidores celebran su franqueza y su capacidad para conectar con el ciudadano común, sus detractores lo ven como un factor de polarización. Su enfoque empresarial, basado en decisiones rápidas y pragmáticas, ha generado confianza en ciertos sectores, pero también incertidumbre en otros. Su capacidad para negociar acuerdos estratégicos y revitalizar la economía es innegable, aunque su método a veces desafía las normas tradicionales de liderazgo.

Por otro lado, Elon Musk representa una visión completamente distinta. Su liderazgo no se basa en la confrontación, sino en la innovación. Musk no solo imagina el futuro, sino que lo construye. Su enfoque es el de un visionario que busca transformar industrias enteras, desde la automotriz hasta la aeroespacial. Mientras Trump se enfoca en la inmediatez de los resultados, Musk apuesta por proyectos a largo plazo que redefinen la manera en que la humanidad interactúa con la tecnología.

Ambos líderes han dejado ya una huella imborrable en la historia, cada uno con su propio enfoque y visión. Mientras Trump ha demostrado ser un estratega político y económico, Musk ha redefinido lo que significa innovar en el siglo XXI.

Lo Horroroso: El peso de la imagen pública

En política, la imagen pública es un arma de doble filo. Donald Trump ha construido su liderazgo sobre una presencia imponente, un estilo de comunicación sin filtros y una capacidad innegable para conectar con las masas. Su enfoque tradicional, basado en la experiencia y el pragmatismo, ha sido clave para consolidar su influencia en el electorado. Sin embargo, la percepción de la edad y el desgaste político pueden jugar en su contra, especialmente en un mundo donde la frescura y la innovación son cada vez más valoradas.

Elon Musk, por otro lado, representa el liderazgo disruptivo. Su imagen está ligada a la tecnología, la exploración espacial y la revolución energética. No es un político convencional, sino un visionario que ha transformado industrias enteras. Su capacidad para anticipar el futuro y ejecutar proyectos que parecían imposibles lo ha convertido en una figura de referencia global. Mientras Trump domina el escenario político con su presencia, Musk lo hace con su visión de un mundo interconectado y tecnológicamente avanzado.

Ambos han dejado una huella imborrable en la historia, cada uno con su propio enfoque y estilo. Pero si hay algo que no se puede ignorar, es que Trump es… bueno, digamos que su presencia es robusta. Es gordo, pues o puej, como decimos los venezolanos. Elon, en cambio, es un símbolo de ternura, positivismo, elegancia, estilo, modernidad, innovación y, por qué no decirlo, estética new age que se refleja en sus carros y sus cohetes.

¿Pero acaso eso define quién debe liderar el futuro?

Dayana Cristina Duzoglou Ledo

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